Palabra escrita (I)


Hace tiempo, con una palabra y un rostro, construí una nueva esperanza: corta, distante y amarga. Mira este cielo, oscuro a veces como mi pensamiento o mi ansia, o claro como la estela que estoy perdiendo. Salgo de casa, hace tiempo que no te admiro, pasa una nube por mi cielo, hace tiempo que no te veía. Enciendo un cigarro, el último ya ves, y aspiro tu ausencia, de algo hay que morir: porque el amor siempre tiene dos caminos, ¿vida… muerte? da igual, todo son palabras, escritas, habladas, asesinadas, un momento, dos cuerpos, tres suspiros —una hora, dos lágrimas o tres suspiros. El reloj me cansa: tres y media, tres y media, cincuenta y ocho veces más… y mis párpados siguen el ritmo pero no quiero dormir, todavía no. Mueren minutos mientras entierro las horas asesinadas por los siglos contados desde que no te veo. Se abre el ataúd guardián de días, profeta de nacimientos, calendario de besos y miradas, y muestra el laberinto que nos separa, dédalo de esperanzas y deseos. Noche cerrada, aún estoy en vela, alguien da golpes arriba en esta oscuridad; pero no, es mi corazón: como quisiera que tu latir y el mío fueran dos versos en rima. Algo me quema, es el cigarro, el olvido de nuevo me visita, otra vez, el olvido, el mismo ladrón que te susurra mi nombre todos los días, cada largo segundo. Apago las últimas brasas y ahora me dedico a quemar letras, palabras, nombres. Unas veces el humo es amarillo, recuerdos; otras rojo, envidias; o incluso verde, ah ese era tu nombre. Inhalo los vapores con el extraño deseo de que tengan poderes terapéuticos y tal vez para que me entre algo de hambre: de tu belleza, tu mirada o tus despedidas, no sé.